Grillos y noches de verano

Hotel Palacio de Villapanés Sevilla

Martes 3 de agosto de 2021:

Es una noche de verano en Sevilla, agosto, hay estrellas aunque no veo la luna desde mi terraza, acabo de acostarme, todo está en silencio, sólo se escucha algún coche pasar por la calle, poco más. De repente y como si fuera un regalo, empiezo a escuchar el canto de un grillo que viene del patio interior de vecinos, del bloque de pisos donde vivo. No puedo sino sonreír al escucharlo, creo que es como si tuviera a la naturaleza metida en mi cama, semejante suerte la mía.

Aquella noche, mientras escuchaba cantar al grillo, recordé las noches de verano de mi infancia en el pueblo de mi madre, cuando me tumbaba en el césped del jardín de aquella casa de campo en el sur de España, para ver las estrellas, mientras escuchaba el canto de los grillos y sentía en mi cuerpo, y en mi cara, la sutil brisa de verano que de vez en cuando traía aromas de dama de noche y jazmín.

Imposible irse a dormir con semejantes estímulos para los sentidos y aún así tan relajantes todos ellos. El canto de los grillos me llevaban a una calma sutil y a la vez profunda, era como un extraño, a la vez que cercano, silencio interno que permitía la totalidad de lo que estaba pasando en el exterior como impregnando la experiencia misma de estar viva.

Lo increíble era que tantos estímulos externos consiguieran tal situación de presencia interior. Por entonces, yo no sabía lo que era y sólo disfrutaba de esa calma con la misma felicidad con la que hace unos días escuchaba desde mi cama el grillo que cantaba en el patio de vecinos.

Volviendo al 3 de agosto, estaba tan contenta de tener al grillo “de vecino” en el bloque y me sentía tan afortunada por poder revivir mis veranos en el campo, que me dormí feliz de saber que en adelante me aguardaban muchas más noches de verano con el canto del grillo acunándome.  

A la noche siguiente, esperé con atención el canto del grillo, pero no escuché nada. El grillo no volvió a cantar .

Hoy, al salir de casa, un vecino comentaba al portero que la semana pasada fumigó todas las macetas del patio porque había un grillo que cantaba por la noche y era imposible dormir.

Me invadió una mezcla de rabia, nostalgia y sensación de ser afortunada: rabia, porque alguien había decidido que el grillo era molesto y lo había liquidado; nostalgia, de aquellas noches de verano que no tendría oportunidad de rememorar; sensación de ser afortunada por haber percibido la experiencia de la belleza de la presencia que aquel grillo me regaló, lo que me recordó a una frase de Cézanne: “…probar el sabor de la eternidad de la naturaleza”..

Y es que la naturaleza en su totalidad, y algunas personas concretas, nos regalan su presencia, pero a veces, estamos tan ocupados y dispersos en nuestros días, que nos perdemos su enorme regalo y sólo vemos lo que hay en nuestras mentes, y entonces, el sonido del grillo nos resulta insoportable y molesto, la hierba nos causa picor y es incómoda, hay insectos, la gente es “lenta” o como queramos juzgarlas…

El gran reto entonces es estar atento, porque la atención te lleva a la calma o te permite ver las oportunidades de percibirla.

Algunas noches echo de menos al grillo y con él su presencia y con su presencia el poder percibir la calma a la que me llevaba su canto, una calma que me permitía “…probar el sabor de la eternidad…” como en aquellas noches de verano de mi infancia.

Hasta la próxima,

Lourdes Vidal