Todo fuera tener paciencia…

Paciencia oyoga

Dice Iyanla Vanzant que, “…cuando tienes algo por hacer, la vida no te permitirá seguir adelante hasta que lo hagas”.

En mi caso, hace ya tiempo que la vida decidió impedirme seguir, tomándose la costumbre de traerme maestros para enseñarme paciencia y yo, incrédula, los encaraba como quien se enfrenta a una batalla, para mirar al cielo y gritar mi desespero por querer lo soñado y resistirme a la espera.

Pero lo que yo no sabía, es que la vida quería que yo aprendiera, y no que me destruyera en mis embistes, porque no se trataba de lo que ella me daba o su demora en traerlo, sino de cómo gestionaba yo sus dádivas y el tiempo de espera.

Y pasaron los años, y el universo insistía, y yo no aprendía, y la vida me traía reiterada, la paciencia, devolviéndome a la espera como quien enrolla un ovillo, y yo me quedaba esperando y desesperando como si fuera Penélope, acompañada de angustia y sin encontrar lo anhelado.

Y quise desafiarla tantas veces, con la urgencia de la insensatez y la locura, midiendo mis empeños para hacerlos posibles y estremeciéndome en el vértigo de alcanzarlos, para caer siempre en el caos de lo imposible y seguir esperándole al tiempo el desencanto.

Para engañar a la impaciencia me afilié al mundo del hacer, ocupando cada minuto de mis días, para caer exhausta cada noche y volver a intentarlo con el día. Y traté de engañarla con la marcha ligera del que huye, recorriendo el precipicio de mis deseos, pero la vida me contradecía contundente y yo acababa rindiéndome a las lágrimas, para pedir la calidez de una esperanza ajena y la paz acogedora de lo cercano.

Y tantas veces creí engañar a la impaciencia moviéndome con el paso hábil y ligero, pero el tiempo era su aliado y me atrapaba, y con sus tretas ilusorias me devolvía al desencanto inamovible de la espera.

Aún ahora, sigo buscándole a la vida los anhelos y me sigue devolviendo la paciencia, y si miro alrededor siempre la encuentro, en el reflejo de las miradas que me asaltan, en los amaneceres que anuncian cada tarde y en el aire que propicia mi existencia.

Pero por fin la entendí, y entendí el motivo de su presencia y con ella, mis ansias de controlar lo incontrolable y de imponerle a la vida mis deseos. Y ahí la tengo, caminando conmigo, eterna, duradera y lenta…la paciencia.

Porque es seguro que en la vida, lo que tienes aprender se te contagia, para perseguirte allí donde te escondas, y a mi, la paciencia, se me ofreció de consorte, para impedirme experiencias diferentes hasta descubrir que la vida, ni se controla ni se espera, sino que se muestra imprevisible si la aceptas, y hasta conlleva el recuento de mil maravillas, o más, si estas dispuesto a recibirlas.

Impaciencia es querer que el sol se ponga antes o pretender que las nubes no te impidan el cielo, y la expectativa y el afán de controlarla, la incitan, la apresuran y la engrandecen. Porque la clave es adaptar a la vida los empeños, y no adaptar los empeños a la vida, pero vivir sentado en el anhelo de obtenerlos es invitar a la frustración de compañera y dejar de lado los días que amanecen, impidiéndote el asombro de vivirlos.

Y la existencia trae propósitos mejores que los planeados, porque la vida es sabia y contundente y, quien sabe si algún día, cuando aprenda la paciencia, la esperanza se me fortalezca invulnerable, para abrazar una vida sin esperas en la que caminar liviana junto al tiempo, acomodada a aceptar que el sol se ponga a su hora.

Pero por ahora, sigo aprendiendo paciencia, con la certeza de que la vida no me permitirá seguir adelante hasta que la aprenda, pero a cambio, tengo el tiempo para tumbarme y adivinar el horizonte con sus prodigios y sentir la brisa suave de la calma.

Y como parte de este lento aprender en el que vivo, puedo decir que ahora, disfruto con el simple sueño de alcanzar lo imaginado como el juego que es y no controlo y, aunque conservo anhelos que no tendré nunca, el simple juego de fantasear con ellos me entusiasma, porque es cierto que todos guardamos sueños en el alma, y para rescatar los míos, a veces, me siento a escondidas de la cordura y los abrazo, para dejarlos ir luego, con el sosiego del que sabe que hay que tener paciencia con el ritmo de la vida, porque además, siempre existe un mejor plan que aquel que anhelamos con la estrechez de una mente limitada … por eso, todo fuera tener paciencia…

Hasta la próxima,

Lourdes Vidal

OYOGA SEVILLA
Centro Integral de Yoga
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