Yoga Sevilla

¿Qué tiene de malo ser el número dos?

By Oyoga
In octubre 30, 2014
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Hay un libro precioso de Mitch Albom, que se llama “Martes con mi viejo profesor”, que trata sobre un viejo profesor enfermo, al que todos los martes visita su antiguo discípulo en su casa, donde mantienen conversaciones tan sabias como sencillas y tan esenciales como prácticas. Lo que siempre recuerdo de ese libro, además de la calidez de las lecciones que te enseña, es una anécdota de Morrie, el anciano y sabio profesor, relatada por su discípulo:

“Es el año 1979, durante un partido de baloncesto…el equipo marcha bien y el publico estudiantil empieza a corear: !Somos los números uno!, Somos los números uno!”…. Morrie está sentado allí cerca. La frase le extraña. En un momento dado, entre los gritos …se levanta y grita: ¿Qué tiene de malo ser los número dos?. Los estudiantes lo miran. Dejan de corear. El se sienta, sonriente y con aire triunfal”

Vivimos en culturas que generan sociedades descontentas e individuos insatisfechos, porque sus prioridades hacen crecer nuestros egos con un resultado desastroso para nuestros cuerpos, pues los sometemos a demasiada presión, a fin de cumplir con las exigencias que nos autoimponemos, para conseguir bienes tan ilusorios como el éxito, el honor y el reconocimiento profesional, derivados todos ellos de la “ilusión” de ser mejor que los otros.

Ni que decir tienen que ganar mucho dinero, mucho más del necesario para vivir dignamente, es objetivo destacado, con la absurda consecuencia de que nos proyectamos en el futuro con un ansia ilimitada de necesitar más, y nos olvidamos de la abundancia que vivimos en el presente, preocupados por lo que no tendremos. Vivir proyectando futuros de carencia y sintiendo que no tenemos suficiente en el presente, nos quita poder y libertad, porque nos aprisiona en el juego de querer más poniéndonos a merced de otros.

Y la cuestión es, ¿qué pasaría si nos paráramos, tomáramos consciencia de lo que estamos haciendo y nos permitiéramos el tiempo para decidir ¿qué es lo que no funciona para mi?. Porque si no lo pensamos bien, se nos puede escapar la vida idolatrando ilusiones y persiguiendo propósitos nimbados por lo imposible en nuestro empeño de compararnos en las vidas ajenas, para vivir en la ansiedad que esa forma de actuar provoca. Y al fin y al cabo, la vida es un regalo que sólo es posible culminar con plenitud desde el reconocimiento de nuestra unicidad.

Porque cada uno de nosotros es único, y vivir nuestra unicidad requiere un proceso de observación y exploración personal, para descubrir cuál es nuestro potencial único y cuáles nuestras verdaderas posibilidades. Comprender esto, nos aleja del estresante juego de la comparación y el juicio, y del querer más, y nos pone en nuestro lugar devolviéndonos la libertad y la oportunidad de vivir plenamente la vida.

Nos comparamos porque estamos distanciados de nosotros mismos y cuando eso ocurre, nuestra propia referencia se tergiversa y nos desvalorizamos, empezando a buscar fuera lo que creemos no tener. Y la desvalorización nos lleva al miedo, y esa búsqueda hacia fuera nos lastima el alma. El resultado es que comenzamos a vivir desfragmentados porque nos mostramos diferentes a lo que nuestro interior grita. Vivir así nos conduce directamente al sentimiento de soledad, y la soledad es la distancia a la que estamos de nosotros mismos, y el proceso vuelve a comenzar retroalimentándose.

La comparación nos lleva a conceptos tan relativos como,“ser el mejor”, “ser el más…”, pero también nos lleva a juzgar a los demás en comparación con los otros. Esta idiosincrasia está inmersa en nuestra forma de vivir y conduce a buscar el éxito por encima de los otros, en la creencia de que el éxito conlleva poder y control, pero el control viene del miedo y de la sensación de no tener o ser suficiente

Y cuanta falsedad hay en ser el mejor, cuanta estupidez y qué peligroso puede ser vivir así, porque la comparación genera una tensión sostenida que nos lleva a la infelicidad y a la enfermedad, pues el cuerpo solo tiene capacidad para aguantar veinte minutos de una carga de tensión, y más allá de eso el daño es demasiado.

Y nuestro error es la inconsciencia de alejarnos de nuestra unicidad y pasarnos la vida persiguiendo objetivos equivocados, haciendo cosas que no tienen valor pero que nos parecen importantes y ambicionando la estupidez en el juego de la comparación. El absurdo se completa con lo efímero de las cosas a las que le damos valor, la energía que derrochamos en conseguirlas y en la debilidad de alardear de ellas, a costa de dejar atrás talentos propios y la oportunidad de dar sentido a nuestras vida en el ejercicio de nuestra unicidad.

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Cuanta vida perdida en charlas intrascendentes, cuanta estupidez en fingir alegrarnos de ver gente que nos es indiferente, en escuchar con ojos pasmados sin estar presentes, en intentar hacer lo que hay que hacer, en continuar compitiendo por el éxito. Y ahí estamos, en la carrera de ser el mejor, enredados en la locura de la prisa, la envidia y la competitividad, para alardear de nuestros méritos en detrimento de lo ajeno. Y la realidad es que presumir ante los demás cae mal porque, como decía el viejo profesor, supone el desprecio de los que están más arriba que tú y la envidia de los que están abajo. Pero es que además ¿de qué sirve el reconocimiento social por ser el mejor si no llena ni tu corazón, ni tu vida y es tan efímero que apenas se escapa cuando lo tienes o te traiciona despedazando los pilares de tu vida cuando éstos no son fuertes?. ¿Es ese el objetivo de nuestra vidas?. Los pilares de nuestras vidas nunca serán fuertes si nos alejamos de nosotros mismos para vivir imitando los talentos de otros.

¿Cuantas veces me reconozco como único?, porque no hay mayor verdad que la unicidad de cada hombre, con sus propios talentos y propio potencial, y la comparación con los demás supone ignorarlos para vivir con la pesadumbre de los mediocres.

Recuperar el sentido de unicidad nos hace libres y nos serena la vida, porque nos hace avanzar a nuestro propio ritmo. Hay que dejar de mirar a los otros para juzgarnos o para juzgarles, porque cada uno es único y está justo donde tiene que estar para desarrollar su propio potencial. Si no entendemos esto, nos estaremos perdiendo la esencia de nuestra propia vida.

Y la conclusión es que la vida no hay que llenarla de reconocimiento, ni de prestigio, ni de éxito, la vida hay que llenarla de sentido para ti, y ese sentido sólo puede venir de saber que eres único y reconocerlo en los otros. Este es el reto que nos debemos proponer diariamente.

¿Quién inventaría lo de ser el número uno, o ser el número dos?. Son conceptos que nos envilecen y nos restan valor. A lo mejor sería más acertado habituarse a dejar el primer puesto a los demás, eso nos haría más grandes y magnificaría nuestra excepcionalidad, porque es bien seguro que cuando eres consciente de tu unicidad, puedes permitirte la felicidad de que el otro sea el número uno, y tú quedarte con el flamante número dos.

Ya nos lo decía Pessoa:

Para ser grande, sé entero, nada tuyo exageres o excluyas. Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres en lo mínimo que haga, por eso la luna brilla toda en cada lago, porque alta vive.

Merece la pena pensarlo.

Hasta la próxima,

Lourdes Vidal

Centro Integral de Formación de Yoga

Oyoga Sevilla

Fotos Alejandro Moreno

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